jueves, 22 de octubre de 2015

Un hombre con muchas cualidades y virtudes, San Juan de Capistrano

Santo y héroe

Cardenal Juan Sandoval Íñiguez
Arzobispo Emérito de Guadalajara

Fue un Jurista consumado, Juez de Perugia por 10 años, Fraile Franciscano, Predicador itinerante por Italia, Francia, Austria, Alemania, Bohemia, Polonia y Hungría, países en algunos de los cuales es tenido por Héroe Nacional, y su estatua puede contemplarse en las plazas públicas. Fue propagador, junto con San Bernardino de Siena, de la devoción al Santo Nombre de Jesús; Consejero de los Papas; Legado Pontificio; obrador de milagros en vida y Predicador de una Cruzada.

Fustigó la injusticia social
Todo eso fue San Juan de Capistrano, quien nació en Los Abruzos, cerca del Aquila, en 1386. Estudió Jurisprudencia en Perugia y fue nombrado Juez de aquella Ciudad.
Por su rectitud en el oficio, se granjeó muchos enemigos, quienes, a la muerte del Rey de Nápoles, su protector, lo encarcelaron de por vida. En la cárcel tuvo una visión en la que San Francisco de Asís le decía: “Vente conmigo”. Juan les dijo a los captores que lo dejaran libre y se haría Fraile, y con esa condición lo dejaron salir.
Ordenado Sacerdote Franciscano, comenzó su gran actividad de Predicador, Promotor de muchas vocaciones para la Orden de los Observantes, y Escritor de Tratados Teológicos. En su predicación fustigó la injusticia social, especialmente la usura, y combatió la herejía de los Husitas, que apareció en el Este de Europa.

Una victoria del Cielo
En mayo de 1453, los turcos conquistaron Constantinopla, Capital de Imperio Cristiano de Oriente, y se dispusieron a invadir la Europa Cristiana de Occidente, abriéndose paso por Belgrado hacia Viena y hasta llegar a Roma.
El Papa Calixto III encargó a Fray Juan de Capistrano predicar una Cruzada, pero pareció predicar en el desierto, pues los Príncipes, a excepción de uno, Juan de Hunyadi (1407-1456), por ligereza o por temor, no respondieron.
Con su gran sentido de responsabilidad, y ante la terrible amenaza del Islam contra la Cristiandad, San Juan de Capistrano convocó a los Terciarios Franciscanos de Bohemia, Polonia y Hungría. Eran gente de pueblo: artesanos y campesinos, y con ellos formó un improvisado Ejército de Cruzados, a los que les aseguró la victoria, porque así se lo había revelado Dios durante la Celebración de una Misa.
Los Cruzados pudieron llegar a tiempo a Belgrado para detener el avance del Ejército turco, el mejor equipado de su tiempo. Juan de Hunyadi, con sus soldados y los cristianos cofrades, dirigía la batalla, mientras que Juan de Capistrano ondeaba en las murallas la Bandera de la Cruz para animarlos.
Así es como se le suele representar. La victoria la concedió el Cielo el 28 de julio de 1456. Por obediencia a sus Superiores, un humilde Fraile, compañero de San Juan de Capistrano, llamado Juan de Tagliacozzo, escribió con muchos detalles y colorido la Batalla.
Según él, los turcos eran 140 mil, y los cristianos, unos 50 mil. Refiere también que San Juan de Capistrano, de día y de noche, casi sin comer ni dormir, recorría las murallas alentando a los defensores.

El Santo de Europa
Esta Batalla de Belgrado fue la primera de varios intentos fallidos del Imperio turco musulmán por conquistar Europa. Después, seguirían otros, como el de Lepanto, en 1571, o el Sitio de Viena, en 1683.
Finalizada la batalla, la multitud de cadáveres insepultos trajo la peste, que mató más cristianos que la guerra misma. Víctima de esta peste resultó también San Juan de Capistrano, quien murió en Ilok (Serbia) el 23 de octubre de 1456, después de haber cumplido muy bien su misión.
Años después, en una de sus muchas incursiones, los turcos profanaron su tumba y quemaron sus restos; no podían soportar que un humilde Fraile los hubiera derrotado.
San Juan de Capistrano es un Santo que inspira. Dios me lo dio por Patrono, pues nací el 28 de marzo, día de su nacimiento y de su Fiesta, según el Calendario Litúrgico hasta antes del Concilio Vaticano II.
Su nombre venía en el Santoral, y ese fue el que, siguiendo la cristiana costumbre, me dieron mis padres. Después de la reforma litúrgica del Concilio, los Santos se veneran el día de su muerte; es decir, el día de su nacimiento para el Cielo. Por eso, su Fiesta se celebra, en la Iglesia, el 23 de octubre.

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