jueves, 8 de octubre de 2015

¡Cómo no admirar y cómo no agradecer!… Por los campos, por las flores

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Texto y Foto:
Pbro. Óscar Maldonado Villalpando

Es cosa de milagrería, que puede pasar desapercibida, pero es admirable que esas lomas otrora desérticas, opacas y pobres se transformen, en este tiempo “de aguas”, en un paisaje incomparable de verdores, de flores y de perfumes naturales exquisitos.
Igual, podremos acostumbrarnos, suponerlo o soslayarlo, pero el hecho es que ahí está el colorido demandante; el campo, ayer desnudo y pobre, ahora vestido y engalanado para hacernos esta fiesta de colores, de amarillos intensos, de franciscanas florecitas blancas, de mirasoles que evocan las mejillas sonrosadas de las alteñitas.
Unos nopales consuetudinarios, ahora cargados de provocadoras tunas de mil tonos rojos. Allá las parcelas con el ondular del espigal maduro que delata el fruto de los maizales: deliciosa y blanca sonrisa de la Naturaleza en el terruño.
Y eso, ¿qué tanto es?, puede decir el pragmático, el que sabe de cuánto y para qué.
Aunque este revestimiento fuera todo, muchos entenderán lo que quiere decir, lo que es tener esperanza, aguardar los tiempos, resistir la congoja; estar bien preparados para cuando baja la bendición del cielo en la lluvia generadora, en una rendija del ciclo de la vida, que aún no acabamos de dañar.
El cenzontle entra en la fiesta con sus “cuatrocientas voces”, deliciosas tonalidades, jugueteos y agudos sublimes. La rana, con sus voces, borda la noche que alterna la luz de la luna con el revoloteo de las nubes, prontas a bañar de frescura la noche. Es un renacer a cada momento, un crecer misterioso y constante de cada segmento del Universo, de cada planta y luciérnaga. Un no sé qué de virtud y energía incontinente y desatada empuja desde el núcleo de cada partícula.
Y, “según su especie”, cada cosa fructifica, manifiesta y fortalece ese impulso vital. Y el hombre es llamado a apreciar, a disfrutar, a apropiarse de tan espléndidos frutos. Este tiempo llama a identidad, a dar a cada cosa su lugar, su valor propio.
El campo, por más pobre y humilde, ahora se amerita, se crece y nos da esa virtualidad para nuestro bien, felicidad y alegría. Todo este colorido nos convida. Hay que tener los cinco sentidos buenos para esta hermosa visión, precisamente ahora, pues no todos los tiempos son unos; muy pronto vendrá otra transformación, otro colorido y otro panorama.
Ahora el agua abunda, viene del cielo, nutre los veneros y es causante de toda esta vitalidad, unida a los rayos del sol y su calor. Es bueno abrir las ventanas y las puertas para dejar entrar esta hermosa presencia de nuestra tierra.

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