jueves, 8 de octubre de 2015

25 primaveras, con sus inviernos, de un Sacerdote

Bodas de Plata Ministeriales

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Pbro. Alberto Ávila Rodríguez

Hay, en las veredas que suben a la sierra desde las planicies de la Laguna de Sayula y del lado de San Andrés Ixtlán, allá por el rumbo de Ciudad Guzmán, en el Sur de Jalisco, rumores de pláticas guardadas por el tiempo; las hay jocosas e intrépidas, de jóvenes que van dejando la adolescencia. Al mismo tiempo, otros pensamientos que les agrandan el horizonte, como haciendo crecer el futuro en silencios de oración y reflexión. Son pláticas transportadas junto al ruido de la hojarasca y el sonsonete de la lluvia, ya por más de medio siglo allá, en los meses de los aguaceros.
Nacen remontadas en la Sierra de la Unión de Guadalupe, rincón del Municipio de Atoyac, y allá mismo regresan año con año. Se divisa, desde la torre parroquial, una finca que no pierde su estilo artesonado de guijarros entre los adobes vetustos. Es la Casa del Seminario Diocesano de Guadalajara –para Encuentros, Retiros y Vacaciones de Comunidad–, por donde han pasado, para vacacionar o para hacer el Curso Propedéutico antes de la Teología, cientos y miles de Seminaristas; muchos de ellos, Sacerdotes ya.

Pueblo bienhechor y levítico
Su estancia ahí es pasajera, pero su presencia ya es proverbial para todas las familias. Casas sencillas en donde se han lavado las prendas del “Seminarista de paso”. Casas, también, que han dado un número significativo de vocaciones a la vida sacerdotal para aquí y para allá. Hogares que han confeccionado, con Avemarías y Padrenuestros, vocaciones que se cuecen a fuego lento en el corazón.
Por estos días, ha regresado a sus lares, a su terruño, un Sacerdote de allá mismo, ya con 25 calendarios completos, para agradecer a Dios entre la gente de su pueblo: parientes, compañeros, amigos; vuelve a recordar sus huellas entre la tierra húmeda y generosa que le ayudó a fecundar su vocación. A la par del cantar del viento entre los pinos, ha dicho su acción de gracias, elevando al Cielo la Eucaristía; reflexionando en los muchos dones que ha recibido en este cuarto de siglo de vida sacerdotal.
Los cinco lustros de Sacerdocio son una fiesta para la Comunidad, para Sacerdotes, amigos, maestros, condiscípulos, familias de sus diversos destinos. Muchos han acompañado, en este día, al Padre Jenaro Solís Rodríguez. Una veintena de Presbíteros hace solemne y solidaria la Celebración. También presentes, ovejas de antiguos rediles: Santa Emerenciana, de Zapopan; El Tepehuaje; Palmarejo…
La feligresía es abierta, creyente y cariñosa con el Seminario, como bien lo han experimentado innumerables generaciones de Seminaristas, de Sacerdotes y algunos Obispos. Las familias de “La Unión”, siempre ante la experiencia apostólica de la vocación, del llamado un tanto místico e interior del deseo de decirle a Dios: “Te seguiré a donde quiera que vayas”, no se pone límites para la liberalidad. Ofrecen el trabajo, la emoción, el orgullo que expresan por los Sacerdotes de su parentela, y lo hacen con lo que ofrece su tierra y el trabajo desinteresado.
Son típicos allá los quesos, rompopes, dulces de leche, ponches de frutas, elotes, birrias y barbacoas de condimentos singulares, así como la música alegre, que no puede faltar. Nada de esto ha escaseado, especialmente la gratitud para con Dios por todo lo que significa una vocación sacerdotal.
Están presentes algunos de los Padres Formadores del Seminario que tuvieron qué ver en el desarrollo vocacional del Padre Jenaro. Un Maestro de Biblia de muchas generaciones, el Padre Luis Alfonso Zepeda Martín del Campo, nos ha servido en detalle el banquete de la Palabra, profundizando y pormenorizando elocuentes reflexiones en esta ocasión. Temas que nos llegan como rocío de frescura para nuestra aridez de Fe. Somos el Pueblo de Dios, y los Ministros han sido elegidos del mismo pueblo, para que sean capaces de tener misericordia.

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