jueves, 8 de octubre de 2015

Sólo tenemos lo que damos

Juan López Vergara

Nuestra Madre Iglesia evoca hoy una escena del Santo Evangelio donde Jesús enseña la debida relación que debemos guardar con los bienes materiales, que no son buenos o malos en sí mismos, sino de acuerdo al uso que hagamos de ellos (Mc 10, 17-30).

LA TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO EMPIEZA EN EL CORAZÓN DEL HOMBRE
El Evangelista San Marcos, con viveza, relata que cuando Jesús salía de camino, “se le acercó corriendo un hombre, se arrodilló ante Él y le preguntó: ‘Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?’” (v. 17). A esta persona, de nobles ambiciones, Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios” (v. 18). Jesús, lejos de confesar alguna imperfección, refiere su libérrima renuncia a la perfecta bondad divina. Jesús, con sorprendente humildad -que motiva nuestra gratitud-, aprendió a obedecer, siendo tentado en todo (compárese Hb 5, 8; 4, 15).
Jesús, entonces, le recordó los Mandamientos, demostrando la gran estima que tenía por la Ley como expresión de la norma de conducta (véase v. 19). El hombre manifestó haberla guardado desde joven (véase v. 20). Y Jesús le dijo: “Sólo una cosa te hace falta: ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres, y así tendrás un tesoro en los Cielos. Después, ven y sígueme” (v. 21). ‘Tesoro en los Cielos’ significa un tesoro junto a Dios. Dios será su riqueza (compárese Mt 6, 20-21).
El Evangelista describe el impulso interno de admiración y afecto que Jesús sintió. Pero aquel hombre se fue triste porque tenía muchos bienes (véase v. 22). “La transformación del mundo empieza en el corazón del hombre” (Paulo VI).

PARA DIOS, TODO ES POSIBLE
Jesús, mirando a sus discípulos, les dijo: “Qué difícil va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios” (v. 23). Y con un lenguaje rico en metáforas, aclaró su dicho. Los discípulos se sorprendieron aún más y se preguntaban quién podría salvarse (véanse vv. 24-26). Jesús, “mirándolos fijamente, les dijo: ‘Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible’” (v. 27). La salvación no depende, en último término, de nuestras posibilidades humanas. La respuesta de Jesús destaca el Poder de Dios.

ATESORAR RIQUEZAS ES UNA GRAVE AMENAZA
Ante la crisis económica que está golpeando al mundo entero, hace unos años, el Papa Benedicto XVI exhortó a un grupo de expertos a replantear los paradigmas económico-financieros. Éstos deberán tener como fundamento lo propuesto por su antecesor, en la Encíclica Centesimus annus: “Así como la persona se realiza en la libre donación de sí misma, así también la propiedad se justifica moralmente cuando crea oportunidades de trabajo y crecimiento humano para todos” (43). Atesorar riquezas para sí y no para Dios, es una grave amenaza (compárese Lc 12, 21).
Cuando Jesús nos llama a seguirle, toca nuestro punto más débil, porque Dios reclama para su servicio al hombre entero: debemos pertenecerle de manera total e indivisa.
En suma, realmente, ¡sólo tenemos lo que damos! (compárese Mt 25, 31-40).

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