jueves, 22 de octubre de 2015

¡Jesús no pide lo imposible, lo da!

Juan López Vergara

El pasaje del Santo Evangelio que la Iglesia celebra hoy, refiere el relato de la curación del mendigo ciego de Jericó, y el cual muestra que si Dios es quien nos mueve a pedir, este arrojado invidente, de nombre Bartimeo, encarna el prototipo del que anhela sanar, condición necesaria para la salvación (Mc 10, 46-52).

CONFIÓ EN LA BONDAD Y EL PODER DE JESÚS
Cuando Jesús salía de Jericó acompañado por sus discípulos y una multitud, “un ciego, llamado Bartimeo, se hallaba sentado al borde del camino pidiendo limosna” (v. 46). Las pocas posibilidades de entonces, frecuentemente provocaban que quienes tenían alguna enfermedad ocular no tuvieran más salida que la mendicidad (compárese Jn 9, 8). Pero aquel valiente comprendió que se presentaba la oportunidad de su vida y no estaba dispuesto a desperdiciarla: “Al oír que el que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar: ‘¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!’ Muchos lo reprendían para que se callara, pero él seguía gritando todavía más fuerte: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’” (vv. 47-48).
Jesús se detuvo, y dijo: “‘Llámenlo’. Y llamaron al ciego, diciéndole: ‘¡Ánimo! Levántate, porque Él te llama’” (v. 49). El Señor Jesús, de verdad, tiene un corazón que no le cabe en el pecho. La descripción del Evangelista San Marcos es de una viveza deslumbrante: “El ciego tiró su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús” (v. 50). ¿Acaso se trata de un débil visual? Lo decisivo es que confió en la Bondad y en el Poder de Jesús.

BARTIMEO, MODELO DEL CREYENTE Y DISCÍPULO
Enseguida, le dijo Jesús: “‘¿Qué quieres que haga por ti?’. El ciego le contestó: ‘Maestro, que pueda ver’” (v. 51). Es la misma pregunta que Jesús hizo a los hijos de Zebedeo, quienes contestaron que deseaban ‘sentarse’ junto a Él (compárese Mc 10, 36-37). El ciego, por el contrario, cansado de estar sentado, quería recobrar la vista para seguir a Jesús. El contraste es ejemplar. Bartimeo pasa a ser modelo del creyente y discípulo que ante nada retrocede y que sigue a Jesús en su camino. Cómo no seguir, a donde sea, al que le ha dado nueva vida. Éste es el tipo de seguimiento que caracteriza al cristiano, a aquél que se encamina al Reino. El relato concluye cuando Jesús le dice: “‘Vete; tu Fe te ha salvado’. Al momento, recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino” (v. 52).

NO TENIENDO OJOS, VE
Ese instinto interior de la Fe movió a Bartimeo a llamar a Jesús: ‘Hijo de David’; título con que se designaba al Mesías. Es el último milagro relatado en el Evangelio de Marcos, y Jesús ya no prohíbe publicarlo; acepta la confesión y aun la confirma como brotada de la Fe. Al curar a Bartimeo, deja entrever su mesianismo a todo el pueblo de Israel. La Fe del ciego, aunque imperfecta, es un órgano más penetrante: no teniendo ojos, ve. La curación es un signo de la Fe salvadora, testificada por tan intrépido creyente.
¡Jesús no pide lo imposible, lo da!

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